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Quemar los barcos

Este artículo no versa sobre la comparación de dos líderes políticos en tiempos diferentes, sino que lo hace sobre una estrategia política basada en el órdago de un líder carismático para que sus postulados se acaben imponiendo en un momento determinado.

En 1979, durante el XVIII Congreso del Partido Socialista Obrero Español, Felipe González, secretario general del partido y líder indiscutible del mismo, presentaba su dimisión tras haber propugnado sin éxito la renuncia del PSOE al marxismo. Un Congreso Extraordinario posterior, celebrado tan solo cuatro meses después, acabaría aceptando los postulados de Felipe González, así como su elección de nuevo como secretario general del partido.

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En la derrota electoral de 1979, donde el PSOE esperaba ya asumir el Gobierno, jugó un papel fundamental en la misma, la última intervención televisada de Suárez antes de que se abriesen en las urnas, en la que acusaba al PSOE de radicalismo marxista, cuando en la práctica era ya un partido socialdemócrata, pero la jugada le acabó saliendo bien al entonces presidente del Gobierno. Fue entonces cuando Felipe González fue consciente de que el PSOE había alcanzado su techo electoral y era necesario un giro ideológico que le permitiese ser aun más un «partido atrapalotodo», y dicho giro pasaba por la renuncia expresa al marxismo.

35 años después, Pablo Iglesias se presentaba la semana pasada en la Asamblea de Podemos con una propuesta mucho más jerárquica y vertical de organización de partido, de lo que hasta entonces había sido la seña de identidad de Podemos, el asamblearismo, a la vez que advertía que «aquel que pierde una propuesta no puede gestionar una idea que no comparte», dejando así claro que vinculaba su continuidad, al triunfo de su postura.

Pablo Iglesias Vistalegre

La propuesta de Iglesias no solo busca mayor eficacia, en detrimento de la participación, sino que principalmente espera conseguir que ese hiperliderazgo del propio Iglesias se vea reforzado, para poder seguir utilizándolo y siendo esencial en el ascenso de Podemos hacia el poder, a la vez que en sus mensajes políticos superan la distinción de izquierda y derecha para llegar cada vez a más votantes.

Lo que ha hecho Pablo Iglesias, al igual que lo que hizo Felipe González en 1979, es someter a sus compañeros de partido ante la disyuntiva de elegir entre el líder o los postulados distintos a los de éste. El PSOE del 79 en un primer momento escogió los postulados, pero tras sentirse huérfano sin el líder carismático, acabó renunciando a ellos para que Felipe volviera. Y eso es lo que puede pasar en parte en Podemos, que la opción de Iglesias no solo se imponga porque sus militantes crean que es la más idónea, sino que también el peso del órdago lanzado por el propio Iglesias juegue un papel importante, ya que seguramente haya generado esa sensación de miedo a quedarse sin el principal dirigente. La primera consecuencia de esa «amenaza» no se hizo esperar, el otro sector encabezado por Pablo Echenique y Teresa Rodríguez, se apresuró a manifestar públicamente que Iglesias seguía siendo el más idóneo para ser portavoz aunque su modelo no resultase escogido.

Y por último, ambos movimientos estratégicos tienen otro punto en común, el cambio de medio (es decir, los postulados) para llegar al fin principal de todo partido político, el poder, cuestión reflejada de forma muy perspicaz en la metáfora que una vez realizó un destacado dirigente del PSOE de la época, y es que «Felipe hizo como Hernán Cortés al llegar a América, quemó los barcos», pues bien, falta por ver si la quema de barcos de Iglesias, que pasan por la renuncia a la horizontalidad, el refuerzo de su liderazgo y unas posiciones políticas más moderadas les hacen llegar a la Moncloa.

Publicado en Asturias24