Saltar al contenido

PSOE: acertar o morir

El Partido Socialista se enfrenta al momento más delicado que ha vivido en los últimos 40 años, ya no es que esté sólo en juego alcanzar la Moncloa, lo cual parece cada vez más improbable, sino que además se enfrenta a un proceso de colapso absoluto donde no solamente se vería sobrepasado por Podemos como primera fuerza de la izquierda, sino que además corre gran riesgo de quedar reducido a una fuerza minoritaria, con la excepción del sur de España.

Una vez constituidas las Cortes el pasado 13 de enero, arranca la XI legislatura que se prevé que será breve. En la jornada constitutiva Patxi López resultó elegido Presidente del Congreso con 130 votos, los que sumaron PSOE y Ciudadanos para convertir al ex-Lehendakari en nuevo Presidente de la Cámara. El PP por su parte se ha abstenido, en un pacto al que se ha sumado cuando ya no le quedaba más remedio, donde Rivera ha jugado a ser intermediario y bisagra. El Partido Popular consigue así tres puestos en la Mesa (dos de ellos Vicepresidencias) y que el control de la misma recaiga en la derecha, que suma entre PP y Ciudadanos, cinco de nueve miembros, frente a los cuatro que suman PSOE y Podemos. Este acuerdo otorga al Partido Socialista una figura más simbólica que práctica, pues al carecer de mayoría en la misma no podrá tomar decisiones por sí solo.

El pacto sobre la composición de la Mesa vuelve a evidenciar que un acuerdo de investidura entre PSOE y Podemos parece a día de hoy inviable. Podemos exigía cuatro Grupos Parlamentarios para que las denominadas mareas tuvieran Grupos propios a cambio de otorgar la presidencia de la cámara a los socialistas. La cuestión en sí parecía salvable si Podemos renunciaba a la subvención y al tiempo “extra”, pese a chocar con un Reglamento que en otras ocasiones se ha interpretado de forma flexible, como en la anterior legislatura cuando Foro cedió su diputado temporalmente a UPyD para que esta pudiera tener Grupo propio, por poner sólo un ejemplo. Además, conviene recordar que este Reglamento fue aprobado en febrero de 1982, es decir, en los meses posteriores al Golpe de Estado del 23-F y en plena elaboración de la LOAPA. Con la medida se pretendía impedir diferentes Grupos Parlamentarios territoriales del mismo partido, la UCD buscaba así desmontar los tres Grupos con los que hasta entonces contaba el Partido Socialista, donde además del nacional, existían Grupos vasco (que también incluía a los navarros) y catalán, cuyos portavoces eran Carlos Solchaga y Ernest Lluch respectivamente.

Con un Partido Popular que no va a lograr los votos suficientes para conseguir la investidura, todo o casi todo pasa por PSOE y Podemos. Pedro Sánchez, consciente desde el primer momento en el que se conocieron los resultados electorales en la noche del 20-D, de que su supervivencia política pasa indiscutiblemente por alcanzar la Moncloa, con todos los peligros que esta situación desesperada pueda conllevar. Para ello pocas opciones tiene el líder socialista, pues el pacto de izquierdas no solamente resulta poco probable dados los acontecimientos y las recientes declaraciones de unos y de otros, sino que también es poco probable porque para ello Pedro Sánchez tendría que sumar además de a Podemos, a Izquierda Unida y al PNV, que los grupos catalanes se abstuviesen y sólo votasen en contra PP y Ciudadanos. La otra opción pasa por un pacto a tres con Ciudadanos y Podemos, donde los primeros se abstuvieran y los segundos los apoyasen, o al revés. Cualquiera de las dos resulta difícil de imaginar, dadas las diferencias tanto ideológicas como estratégicas de ambos. Si Ciudadanos está temeroso de acudir a una nueva cita electoral  y hundirse en la misma perdiendo votantes hacia PP y Podemos, estos últimos estarían encantados de acudir a unas nuevas elecciones que en la práctica serían una segunda vuelta donde podrían seguir creciendo y reagrupar a gran parte del voto de izquierdas y lograr el sorpasso tantas veces deseado.

Por otra parte, si alguien en el PSOE tiene como idea una “grosse koalition” como brillante plan de huída hacia delante, se la debería ir quitando de la cabeza, incluso aunque esta pasase por exigir otro candidato que no fuese Rajoy. La misma sólo conllevaría que Pablo Iglesias se convirtiese de facto en líder de la oposición. Esta opción es a todas luces un suicidio político para los socialistas que además conllevaría grandes riesgos de provocar una escisión dentro del partido.

Así pues, mientras Pedro Sánchez lleva hasta el último aliento la obligación que tiene de intentar lograr la investidura, al mismo tiempo debería preocuparse de articular un relato político de los acontecimientos y de su posición que le sean favorables. Titulares como los provocados por el acuerdo de la composición de la Mesa, sólo hacen que facilitar las cosas a Podemos, de quienes en ocasiones parece que no se tienen ni que molestar en construir un relato favorable, sino que ya lo hacen otros por ellos.

Sí finalmente Pedro Sánchez es incapaz de lograr la investidura, el PSOE para entonces debería haberse preparado para la catarsis, una que fuera lo suficientemente profunda como para convertir al PSOE en un Ave Fénix que resurgiese de sus cenizas. Pero la verdad a día de hoy, es que el Partido Socialista se ha convertido en algo viejo, pasado de moda y excesivamente identificado con otro momento político. Le pasó al Partido Comunista en la transición, donde los Carrillo y compañía eran a quienes se identificaba con la Guerra Civil, mientras que la nueva hornada de socialistas con Felipe González y Alfonso Guerra representaban a una nueva generación que tenía ansias de cambio, modernidad y de dejar atrás el pasado. El desenlace todos lo conocemos, el PSOE arrebató la hegemonía de la izquierda al PCE que la había tenido durante los años de oposición al franquismo. Pues bien, ahora el que corre el riesgo de quedar reducido a un apoyo electoral, semejante al que antaño tenía el Partido Comunista, son los propios socialistas, donde por primera vez tienen un competidor directo por el espacio electoral socialdemócrata cómo es Podemos.

El PSOE debe asumir que ha perdido la hegemonía de la izquierda, y que como en otros tantos países la socialdemocracia debe aprender a convivir y a compartir espacio político con otros partidos de izquierdas y nacional-populares, donde la mejor opción para los socialistas pasa, como en Portugal, por liderar un bloque progresista. Si ello no es posible, como evidencia a día de hoy la realidad de la política española, el PSOE está obligado a acertar en sus decisiones sino quiere morir en el intento.

Artículo publicado en Asturias24 y Debate21.