Esteban Hernández (Madrid, 1965) es uno de los analistas políticos de referencia en España por méritos propios. Licenciado en Derecho y periodista en El Confidencial, sus artículos siempre tienen la capacidad de poner el foco más allá de donde deja ver el ruido y la inmediatez que genera la actualidad. Precisamente, esa facultad es desarrollada en su último libro ‘Así empieza todo: La guerra oculta del siglo XXI’ (Ariel, 2020), en el que realiza un certero diagnóstico sobre el cambio de coyuntura socioeconómica en el que nos encontramos inmersos.
La pandemia ha constatado que la desindustrialización en la era de la globalización ha conllevado una debilidad estructural traducida en una falta de capacidad de respuesta. ¿Cree que tras este momento histórico existirá un replanteamiento por parte de los Estados europeos que les lleve a una reindustrialización?
Sí y no. Por un lado, hay una parte de países europeos interesados en reindustrializar, pero todo ese reflujo, especialmente si hay relocalizaciones provenientes de China, irá a parar al este de Europa, que ya es la parte auxiliar de la industria alemana, como es el caso polaco. Son salarios más bajos y ya tienen mano de obra formada. Por otro lado, para apostar por la industria y planificar un futuro diferente en el marco europeo faltan muchas cosas, una de ellas es voluntad y otra unión. Europa no está unida, cada cual está mirando por sus intereses. Esto la pandemia no lo ha arreglado, sino que lo ha empeorado.
En este aspecto, en particular a España, le toca jugar el papel de país turístico de servicios. Además, tenemos poco dinero para poder impulsar reformas en la dirección de tener un entorno más productivo, pese a que hay posibilidades, personas y talento. No somos un país con unas potencialidades enormes pero tenemos algunas, pero nada va en la dirección de reindustrializar España. Parte de Europa sí, pero son las partes que ya estaban industrializadas. Insisto, para realmente tener un plan europeo tendría que tenerse mucha más unidad y voluntad, especialmente, por parte de los dos actores principales, Alemania y Francia.
¿Es el plan de recuperación de la Unión Europea una respuesta a la altura de las circunstancias?
Es una respuesta débil, un poco trilera en los números, en la que al final llega menos dinero del que se promete, lo cual es muy típico de la Unión Europea. Es también una respuesta insuficiente para España. Lo que sí está ocurriendo en Europa es que se está recomponiendo el orden a través de un nuevo reparto de poder e influencias. Ahí Alemania está intentando y consiguiendo reconstruir el nuevo escenario de una manera más acorde a sus necesidades. Todos los regímenes, sean de un Estado o un conjunto de ellos, necesitan cohesión y alineación en sus propósitos para tener un futuro. La pandemia ha hecho que esa alianza europea sea mucho menor en lo cultural, pero también en lo nacional, ya que ha habido cierta hostilidad. El plan de recuperación, que podía haber sido una fuerza enorme de unión, lo que ha hecho es dividir a Europa en norte, sur y este. Ha ocurrido en la negociación del Plan y va a seguir ocurriendo. Existe la sensación desde el norte de que ellos son mucho más necesarios para el sur, de lo que el propio sur necesita al norte. Esto es un problema enorme, no solamente porque no sea cierto, sino por el hecho de que tener esa percepción ya dificulta el establecimiento de lazos más firmes.
En el libro considera que Estados Unidos está jugando el mismo papel que la Unión Soviética en la anterior guerra fría. Define al país norteamericano como «un sistema esclerótico y anquilosado que carece de la visión precisa para reaccionar con rapidez y altura de miras a las transformaciones». En ese contexto, ¿considera la presidencia de Donald Trump como un síntoma del colapso del imperio?
Como potencia dominante y, por tanto, la más influyente en general, Estados Unidos también está sometido a tensiones internas que desestructuran su propia organización. Trump, en ese sentido, no es más que el reflejo de un cambio en el sistema económico que resuelve sus contradicciones a través de un nuevo líder político. En ese aspecto, las consecuencias se establecen en distintos órdenes. Uno en el internacional a través de la lucha con China. También en la reconstrucción de las relaciones con los socios en términos más favorables para Estados Unidos. El problema es que tiene que resolver contradicciones interiores ligadas, por un lado, a la brecha en su población, cuya diferencia de perspectivas de vida, nivel de recursos y esperanza en el futuro, es grande. Por otro lado, tiene el problema de que parte de las élites de su territorio se ven confrontadas en sus aspiraciones y necesidades. Por ejemplo, sectores como el financiero y tecnológico que necesitan una expansión global tienen enfrente a la esfera militar e industrial que tienen otras prioridades, como hemos visto durante la pandemia. Ese choque entre actores influyentes en Estados Unidos encuentra una resolución momentánea a través de Trump. Es un momento coyuntural. Veremos si gana las elecciones, aunque si lo hace Biden, las diferencias no van a ser sustanciales. Las contradicciones seguirán ahí. Al ser un cambio sistémico, los actores van a tener importancia, pero por lo que estamos viendo, existe una línea de continuidad grande.
Precisamente, Biden podría ser catalogado dentro de ese rango de políticos cuya candidatura se basa más en ir a la contra de algo o de alguien que en propuestas concretas. ¿Cree que tiene opciones de ganar las elecciones a Trump?
Posibilidades tienen los dos. Antes de la pandemia Trump estaba bastante fuerte, pero la gestión de esta ha sido mala, con lo cual le ha perjudicado. Queda un mes para las elecciones y es un contexto muy polarizado en el que tampoco podemos fiarnos de las encuestas, como ya vimos en las anteriores elecciones presidenciales. Biden tiene posibilidades, pero la principal baza que está jugando es que se vaya Trump, no hay un elemento de convicción de futuro ni de ideas que empuje. Además, Biden es un mal candidato, eso puede perjudicar a un Partido Demócrata que parecía lanzado.
¿Cómo ve el papel de China tras la pandemia del Coronavirus? ¿Es el inicio de su liderazgo mundial?
China está lanzada ya mundialmente. Es la segunda gran potencia y está creciendo en muchos sentidos. Sobre todo en los importantes, China va hacia arriba. Habrá que ver cómo termina la pandemia y en qué condiciones, pero está claro que el mismo hecho de la pandemia y la forma en la que la han resuelto beneficia bastante a China. También deben de afrontar su desacople con Estados Unidos, el cual es muy difícil por muchos motivos. China tiene mucha deuda estadounidense, a la vez que muchas empresas y fondos de inversión estadounidenses ganan dinero con la fabricación en China, con lo cual ahí hay una dificultad para desacoplarse. Tampoco China tiene una intención de interferir en zonas occidentales de una manera clara, aunque sí quiere ganar posiciones y lo está haciendo, pero no es una postura absolutamente decidida para disputar la hegemonía de Estados Unidos. Es una posición en la que cada uno intenta ganar más parte de poder y de recursos. Lo único que puede hacer que China suba más no es su desarrollo, sino una mala gestión por parte de Estados Unidos y Occidente del momento económico, político y social.
Una vez que se ha constatado que la evolución de China, pese al aumento de bienestar de su población y su progreso económico, no ha desembocado en un tránsito hacia la democracia, ¿puede su modelo de Estado ser visto en sectores de Occidente como un ejemplo a seguir por la eficacia de sus resultados, pese a ser un régimen autoritario?
Esta es una de las cuestiones que más tenemos en mente. En primera instancia, no podemos olvidar que gran parte del mundo ya ha girado hacia regímenes autoritarios. La mera presencia de Trump y de Johnson tiene que ver con ello. Brasil, India, Rusia, todos ellos grandes actores internacionales, ya tienen un régimen distinto al democrático. Existe la tentación de ver un régimen autoritario como más eficiente para conseguir resultados. Esto es mentira. Lo estamos viendo con la pandemia. Hay países autoritarios, como China, que han salido bien de la crisis sanitaria y otros que están saliendo muy mal. Igual que hay democracias que han gestionado muy mal la pandemia y otras que lo han hecho bastante bien.
El problema es que las ineficiencias en Occidente están siendo muy elevadas. En lo sanitario y económico se está notando de una manera clara, pero también en lo político. Ante ello, cabe la tentación de pensar que si cambiáramos de régimen las cosas irían mejor. Esto es un problema habitual. Las democracias en general, lo hemos visto especialmente a partir de la II Guerra Mundial, funcionan, tienen consenso y sus instituciones son creíbles cuando les das un entorno adecuado. Si la situación económica se deteriora y esta afecta a mucha gente, va a haber mucho descontento y lo va a pagar el régimen. Si el descontento existe las estructuras institucionales van a aumentar su descrédito. Eso históricamente ha abonado el camino hacia la transición a regímenes autoritarios o revolucionarios. Es una posibilidad abierta aquí. Sería un modo típico de resolver las contradicciones que no has resuelto y que crees que por la fuerza vas a poder hacerlo.
Parte del éxito de las democracias europeas ha radicado en sus valores y en el bienestar que eran capaces de proporcionar a sus sociedades. ¿La incapacidad para afrontar grandes transformaciones en el momento actual está interconectado con el sistema de partidos en el que la contienda electoral condiciona que los proyectos se basen en la inmediatez y el cortoplacismo?
No, en absoluto. También un régimen autoritario que tiene una élite dirigente puede caer presa del corto plazo porque las peleas entre ellos les obligan a obtener resultados inmediatos. En Occidente hemos tenido épocas en las que se miraba a largo plazo; en la que los partidos políticos estaban sometidos a las mismas presiones que ahora y, sin embargo, la situación era distinta. Al salir de la II Guerra Mundial, hasta los años setenta se marcó un ámbito político de consenso institucional en el que estos problemas no estaban presentes. Por lo tanto, esto no es una característica intrínseca de la democracia. Solemos atribuir a la democracia determinadas virtudes y problemas por sí mismos y en absoluto lo son. Creo que tiene mucho más que ver con el momento actual y una dificultad enorme de los políticos para llevar a cabo políticas reales. Si eres el presidente de un país como España, por ejemplo, estás muy limitado en tu acción porque al final dependes de la Unión Europea en términos económicos. Entonces tienes un margen de maniobra que existe pero que es muy reducido. El hecho de que no tengas mucha capacidad de acción te hace estar más pendiente de tu subsistencia que de hacer políticas concretas.
En España, mismamente el caso de Podemos, es un partido que tiene mucho de proyecto personal porque su acción política queda ya muy limitada. Es la parte minoritaria de un gobierno en minoría, con lo cual, su capacidad de acción política existe pero es escasa. Está también muy débil en cuanto a aceptación social, lo cual supone que no tienes fuerzas sociales en las que refugiarte si sales del gobierno. Al final lo que hacen es estar maniobrando permanentemente para continuar en el gobierno y seguir teniendo una cierta presencia. Esto no es una crítica únicamente a Podemos, sino que es una manera habitual de funcionar en la política occidental. No tienen mucha capacidad de acción y construyen relatos para hacer ver que en realidad hacen más.
En el libro realiza una crítica a la izquierda y al progresismo en su conjunto, al considerar que están más preocupados por el autoritarismo que de ofrecer soluciones. ¿Cuáles son los ejes principales en los que la izquierda debe basar esa su discurso político para dar respuesta a quienes ven con incertidumbre su futuro?
Hay un problema de diagnóstico en cuanto a cómo funciona el sistema, que hace muy difícil que las respuestas estén a la altura del momento. Le pasa a la izquierda y a la derecha. Las soluciones que deben seguir se ven de una manera bastante clara cuando reconoces dónde está la fuente de los problemas de la población occidental en este instante. Se necesita y demanda mucha más estabilidad y un modo de vida que haga más posible elegir el futuro. La inseguridad está en casi todas las partes. La juventud tiene difícil acceder al mercado de trabajo, cuando lo hace es en malas condiciones, teniendo que pasar una temporada hasta que logra, si tiene suerte, algún empleo que sea decente. Lo mismo pasa con la gente mayor de cincuenta años. Gente que sale del mundo laboral y no puede regresar, gente que está en puestos que gana bastante poco pero que tiene que seguir trabajando para llegar a la jubilación. Esto pasa en general. En ese momento, lo que hace cada uno es sobrevivir como puede. Cuando tienes en tu vida cierta estabilidad y un salario digno, te puedes permitir mirar al futuro, no con cierta esperanza, sino con la posibilidad de dirigir un poco tu vida. Ese aspecto de estabilidad, seguridad y continuidad la izquierda no lo tiene en mente y la derecha habla de ello pero lleva a cabo las acciones contrarias que permitirían tenerlo. Eso es un aspecto en lo cultural, pero es que en lo económico es evidente. Si vivimos en un momento en el que la desigualdad aumenta mucho, lo que significa que las clases medias y bajas van hacia abajo, incluso también las medias-altas, y eres una opción política que se basaba en fuertes elementos redistributivos y tienes muy poca relevancia a nivel internacional, está claro que en algo te estás equivocando. Por lo tanto, si no reconoces el momento en el que estás, es muy complicado que puedas darle una salida que genere empatía en la población.
La división territorial está siendo otro factor determinante en la época actual. Las respuestas hacia las posiciones de la periferia se han basado de forma recurrente en un desprecio continuado. ¿Han aprendido los políticos occidentales de los riesgos que supone despreciar a estos sectores?
Obviamente no. Una de las características de nuestro sistema es el alejamiento de las élites del resto de la sociedad para tener mejores condiciones. Esto supone que a la hora de reconocer lo que está ocurriendo, esa gente que se ha escapado de la sociedad y se ha ido a sus reductos, también intelectuales, vive en una realidad diferente y ajena a la de la mayoría. No te los encuentras en ningún sitio y van a universidades de élite donde se relacionan entre ellos. Lo mismo pasa con restaurantes o el resto de sucesivos ámbitos sociales. Por ello, tampoco hay una esfera pública que permita que esa visión de la realidad cotidiana penetre en esas burbujas. Pasa también con la mayoría de los expertos, quienes producen para ese tipo de burbujas elitistas que se han creado. Con lo cual, es muy complicado que esa gente que se ha escapado entienda la realidad del resto de la sociedad, también a nivel intelectual.
Esta reconfiguración social se está traduciendo en cambios políticos. Tanto la fractura generacional como la de periferia/ciudad han aumentado en el comportamiento electoral. Junto a estas, ¿cree que también crecerá el peso que va a desempeñar el eje proteccionismo/globalismo?
El instante político sí es un momento desglobalizador, en el que cada país está pensando en sus términos y en intentar ganar espacio sin establecer demasiadas alianzas con los demás. Con lo cual, la globalización tal y como la conocíamos ha terminado. Eso no significa que no haya vínculos globales todavía, de hecho, en el ámbito financiero es evidente que sí, ya que todo el exceso de capital que existe en los territorios nacionales acaba conectado en fondos internacionales. Esa desconexión de lo global por muchos motivos no es posible de realizar, pero el orden que se estableció en la globalización sí se ha perdido y estamos ya en una transición. Eso en términos internos sí va a generar movimientos que, de una manera u otra, refuercen el sentimiento antiglobal. Empezando por Estados Unidos que tiene un presidente que ha ganado con un discurso de este tipo.
¿Este eje lo explotará algún partido español desde una posición antiglobalista?
Ahora mismo no hay ningún partido en España que lo haga. Vox, por ejemplo, que es el partido al que casi todo el mundo atribuye la posibilidad de una ruptura por la derecha, es un partido con unas enormes conexiones con Estados Unidos. Por lo tanto, sus vínculos internacionales son evidentes. De hecho, justo antes de las elecciones, Iván Espinosa de los Monteros estaba en la City contándoles a los inversores lo bien que les iba a ir si gobernaban ellos en España. Pero una cosa es sacar la bandera y otra tener intención de romper un orden.
En España ya se puede intuir tras los resultados electorales más recientes, que además del tradicional voto a las fuerzas nacionalistas vascas o catalanas, hay otras formaciones de ámbito no estatal que están captando el descontento. Por ejemplo, la aparición de Teruel Existe o el resurgimiento del BNG. ¿Cree que tras esta década marcada en su inicio por el movimiento indignado y la aparición de Podemos, son este tipo de partidos o candidaturas las que ahora pueden captar el malestar con los partidos tradicionales?
Es una opción si los partidos regionalistas ofrecen una visión atractiva. El hecho en sí no genera una diferencia por sí misma. Es verdad que muchos territorios interiores la posibilidad que tenían de funcionar era, precisamente, por su conexión con Madrid o la dirección de su partido, quienes tenían una visión nacional. También es evidente que cada parte del territorio español, de la misma forma que ocurre en el ámbito internacional, está peleando por ganar espacio y recursos. Así, determinadas zonas de la periferia española, las que estaban mejor dotadas de recursos, como País Vasco o Cataluña, han pensado en términos exclusivamente suyos, creyendo que una separación de España les llevaría a un contexto más positivo porque sabrían desenvolverse mejor en el ámbito internacional. Es inevitable que haya movimientos como Teruel Existe que funcionen, pero todo esto es un error enorme. Lo que produce es un montón de gente pensando en sí misma y nadie haciéndolo de forma general. La mejor salida siempre va a ser en términos comunes. Esto es así para España, pero también en Europa. Si la posibilidad de unión no existe y lo que se ve es uno quitándole los recursos al otro, entonces cada cual piensa en sí mismo. Eso es una mala solución, porque en este momento concreto de la historia lo que te permite tener más potencia y capacidad de negociación es una solución común.
¿Existe el riesgo en España de que muchos de estos territorios periféricos aparezcan nuevamente como perdedores con la transición ecológica, de la misma forma que ya ocurrió con la reconversión industrial en los años ochenta?
Nadie se está tomando en serio lo verde. El plan europeo verde tiene mucho menos dinero del que se está diciendo. La cantidad que se va a invertir en España va a servir para que compremos unos cuantos coches eléctricos y pongamos puntos de carga. No hay una intención expresa de generar un cambio verde. Obviamente, se van a hacer cosas en ese sentido, se va a beneficiar a determinadas industrias mediante ese dinero, pero no hay una mentalidad de transformación. Lo verde está siendo utilizado como un instrumento de generación de activos y no como un plan de desarrollo real de su potencialidad. Hay una intención de construir activos con los que negociar y especular en lugar de beneficiar a los territorios y las poblaciones que viven alrededor. Eso tiene muy poco que ver con la revolución verde. Como elemento discursivo en el que te venden un mundo bonito y ecológico puede funcionar, pero la realidad es que ni siquiera aquellos que están insistiendo en ese plan lo tienen.
Fotografías: Salomé Sagüillo.
Entrevista publicada en Debate21.es