Durante la apertura del curso parlamentario en Holanda en el día de ayer, el gobierno de Centro-Izquierda aprovechó para anunciar, por boca del Rey Guillermo Alejandro, la sustitución del Estado de Bienestar imperante durante toda la segunda mitad del siglo XX, por una «sociedad de participación» a través de las siguientes palabras::
“El paso hacia una sociedad participativa es particularmente notable en la seguridad social y en los que necesiten cuidados de larga duración. Es precisamente en esos sectores donde el clásico Estado del bienestar de la segunda mitad del siglo XX ha producido sistemas que en su forma actual ni son sostenibles ni están adaptados a las expectativas de los ciudadanos”
Este discurso, se produce en un contexto en el que el gobierno de coalición, formado entre Liberales y Socialdemócratas, afronta sus horas más bajas, tras empecinarse en ser aliado de lujo de Alemania y Bruselas en las medidas de austeridad, que ahora le toca sufrir en sus propias carnes, después de que la economía holandesa se deteriore, necesitando hacer un recorte de 6.000 millones de euros para el año que viene y viendo como les ha sido necesario la prórroga de un año para conseguir el objetivo del déficit por debajo del 3%.
Pero lo esencial de la noticia no es la situación particular de Holanda, sino la viabilidad o no del Estado de Bienestar. Es cierto que este desde los años ’70 se ha visto seriamente cuestionado por la intensa oleada del neoliberalismo, promovida por los principios rectores del «Consenso de Washington» e inspirada en la Escuela de Chicago («Chicago Boys»), basada esta a su vez en los economistas austriacos: Von Mises, Hayek, Schumpeter, Karl Popper o Drucker. Es en esta época, en la década de los ’80 cuando empiezan a producirse las liberalizaciones y privatizaciones como regla general, además de las transformaciones de forma paulatina en los Estados de Bienestar europeos, con independencia del modelo del que se tratase, hasta que curiosamente en 2008 con la crisis financiera y económica, el Estado vuelve a intervenir de forma esencial, pese a rechazarse este protagonismo.
Pero el principal reto que ha debido afrontar la socialdemocracia en este tiempo, no es haber hecho frente al neoliberalismo, sino la globalización y el contexto que esta ha generado, dejándola casi sin proyecto ante los nuevos retos que acechaban. Y entre una cosa y la otra, la práctica totalidad de la socialdemocracia europea, abrazó, como si se tratase de un salvavidas, la denominada Tercera Vía, que en la práctica la convirtió en un socioliberalismo que la llevo a ser un satélite del neoliberalismo, del que en lo esencial no pudo diferenciarse y que tuvo sus máximos exponente en Alemania, con el denominado Neue Mitte bajo el gobierno del canciller alemán Gerhard Schröder y en las tesis del Third Way de Anthony Giddens plasmadas por los gobiernos de Tony Blair.
¿Por qué la globalización ha dejado sin proyecto sólido a la socialdemocracia? Básicamente, porque la socialdemocracia surgió en un contexto histórico que ya no existe. Los principios de la socialdemocracia, así como el Estado de Bienestar en su máxima expresión (el modelo nórdico), fueron producto de los Estado-Nación, desarrollándose en la economía-nación de estos. Todo esto ha sido superado, al menos como lo conocimos hasta entonces, pasando los Estados a compartir con otros actores el protagonismo, perdiendo así el monopolio en esta sociedad globalizada. Prueba de ello ha sido la crisis que aún padecemos, donde el sistema financiero, de índole global, ha superado al poder político, de carácter nacional, siendo este último incapaz de controlar al primero.
Escribía Nicolás Sartorius en 2011, en un magnífico artículo titulado «¿Qué le pasa a la izquierda?«, que la articulación de un nuevo proyecto para la socialdemocracia debía basarse en tres ejes fundamentales:
«El primero, dirigir desde la política, la democracia y el interés público el proceso de globalización, lo que supone afrontar la cuestión del poder financiero. Este ha adquirido tal volumen y dominio que tiene que responder al interés general por medio de un modelo «público-privado» y no solo privado como ahora. Porque el destino de los bancos no afecta solo a los accionistas sino a la ciudadanía en su conjunto.
En segundo lugar, no es realista pretender sostener el Estado de bienestar -conquista irrenunciable- con la actual fiscalidad. Un sistema impositivo suficiente y justo es la base de cualquier política progresista. No hay redistribución que valga sin aumentar los impuestos a los más pudientes, a las grandes fortunas y capitales, sin gravar las transacciones financieras internacionales, combatir la evasión fiscal, los paraísos fiscales, la economía sumergida. La disyuntiva es o mayor capacidad fiscal o recorte de gastos sociales e inversión para reducir deuda, que es lo que se está haciendo. Mientras los Estados estén endeudados dependerán de los acreedores y estos impondrán políticas antisociales.
Por último, convendría perfeccionar la actual democracia con nuevos instrumentos de participación. Amplios sectores de la sociedad, en especial los jóvenes, están inmersos en otra lógica, con otros códigos, digitales y horizontales, que circulan por ámbitos diferentes. O conseguimos insertar estas nuevas realidades en la democracia existente, facilitando el diálogo y la participación que las nuevas tecnologías permiten, o esta se ira agostando.
En conclusión, la izquierda debería apostar por ensanchar la democracia; por el control de las finanzas por la política y porque los pudientes paguen más impuestos para sostener el Estado de bienestar.»
Resulta obvio que el Estado de Bienestar debe adaptarse a la nueva realidad, pero también es realidad, que en los tiempos en los que la socialdemocracia aceptó por buenos ciertos postulados neoliberales, a través de la mencionada anteriormente, Tercera Vía, esta se esfumó. Así mismo, resulta inaceptable, desde el punto de vista de la socialdemocracia, que el gobierno holandés, de centro-izquierda, afirme que el Estado de Bienestar es inviable, en un momento en el que la polarización de las rentas aumenta (aún más) y en el que se ha dejado patente, que el intervencionismo en cuanto a regular la economía es estrictamente necesario.
La cuestión entonces, no sería aceptar la inviabilidad del Estado de Bienestar, sino buscar la forma de que lo sea en las nuevas circunstancias dadas, para lo cual a la socialdemocracia europea también le falla o falta otro punto de partida esencial: la inexistencia de un proyecto común de integración en una Europa Federal.
Es precisamente esta integración la que debe producirse, pues desde que sufrimos la crisis ha quedado patente la necesidad de un contrapeso político en el contexto de la globalización, que contrarreste y controle los excesos cometidos por las entidades financieras y multinacionales, ya que los órganos de control nacionales resultan a todos los efectos desfasados para hacer frente, como apuntaba antes. Solo la existencia de una Europa unida de verdad, estará en condiciones de realizar y cometer un papel fundamental en la regulación de dichas actividades.
Además, resulta necesario para salvaguardar nuestro bienestar social y nuestra prosperidad, pues desde que estallase la crisis, los Estados miembro no han sido capaces de evitar la deslocalización y mucho menos de preservar nuestros Estados de Bienestar en el mundo globalizado en el que nos movemos, buen ejemplo de ello son las políticas llevadas a cabo en España, Portugal y Grecia. Solo la propia Unión podrá competir a nivel mundial y así garantizar los derechos sociales de todos los ciudadanos europeos, a la vez que sus democracias, y sus aspectos sociales y culturales, por lo que se requiere una Europa unida de verdad.
Por todo ello, la socialdemocracia holandesa, debería apostar por buscar viabilidad al Estado de Bienestar e incentivar políticas económicas de crecimiento, a diferencia de las llevadas a cabo hasta ahora, que han conllevado el ahogamiento de la economía holandesa. Solo quizás así, el 80% de la población, que a día de hoy desaprueban los planes del gobierno, dejarían de hacerlo.
Considero que el Proyecto de la Social Democracia es Viable , pero que tiene que basarse en un Estado Productivo, que incentive las inversiones y no las ahuyente, y con un Marco tributario Justo. No puede ser un modelo rigido y se debe adecuar a las circunstancias de una economia globalizada. Si no se generan inversiones y empleos , el estado no tendra capacidad financiera para cumplir con sus obligaciones sociales.
Completamente de acuerdo,destacaría especialmente lo que apuntas de los empleos. El Estado de Bienestar, al menos el modelo socialdemócrata, es deudor del pleno empleo, con altas tasas de paro, se hace insostenible.
Un saludo y gracias por comentar.
El estado del bienestar español de los ochenta se fraguó con la creación de un tejido productivo sólido en el tardofranquismo, aunque parezca mentira que de una dictadura salga algo bueno, pero la realidad tiene a veces esas cosas. Incluso con reconversiones industriales y crisis del petróleo por medio… pero, cuando la creación de riqueza es real, funciona como el hormigón armado en la arquitectura. Fijémonos en Japón, con una tremenda crisis en los noventa y recientemente lo de Fukushima, y ahí les tenemos, quien tuvo, retuvo, porque la economía japonesa tiene firmes cimientos.
Esa riqueza real debe ser la base de la Europa meridional y la España del futuro para volver a conseguir un estado del bienestar decente, como el que hemos tenido en España y que están desmontando poco a poco. Un saludo, Eduardo, y enhorabuena por el blog.
El tejido productivo del tardofranquismo no era para nada sólido, no lo era entre otras cosas porque el sistema industrial español se desarrolló tarde y de forma incompleta, tanto es así, que cuando en los años 80 estalla la reconversión industrial, el sistema industrial aun se estaba desarrollando en España y pilló a medio camino. Aparte de ello, con la reconversión, hubo o quisieron, dedicar todos los esfuerzos a paliarla, reduciendo la oferta de mano de obra a través de las prejubilaciones, al mismo tiempo que la mujer se introducía en el mercado laboral, con un estado de bienestar de corte mediterránea, con todo lo que ello supone. Así que lo que resultó, es que en plenos años 80 el sistema productivo español fue incapaz de absorber todo el mercado laboral, ya no voy a mencionar las políticas de empleo juvenil o este en sí mismo, que quedaron completamente de lado.
Esto nos adentra en otro círculo vicioso, que mencioné en el comentario anterior, con el desempleo existente en los años 80, así como el aumento de pensionistas, entre prejubilados y el envejecimiento de la población, resultó imposible desarrollar más el estado de bienestar español, sin olvidarnos por supuesto de la idiosincrasia propia de España.
Te dejo un artículo, por si es de tu interés, sobre el Estado de Bienestar en España.
http://eduardobayon.wordpress.com/2012/11/22/puntualizaciones-sobre-el-estado-de-bienestar-y-el-modelo-espanol/
Me parece interesante su análisis, en México hoy en día estamos pasando por una serie de reformas, la reforma hacendaría en particular en su arquitectura afectará a la clase media del país, a la cultura, además no ataca al comercio informal, creo que no, es una reforma para ser más prospero a México, sino reformar por reformar a favor de la Globalización.
Saludos
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