La elección de Pablo Casado como nuevo líder del PP y el relevo generacional que esto supone tras la etapa de Mariano Rajoy, ha reactivado la vieja pretensión de volver a un sistema con dos actores políticos principales que vertebran el sistema y ocupan el ejecutivo, mientras el resto de partidos son contribuidores de garantizar la gobernabilidad de estos dos. La reafirmación ideológica del PP que ha supuesto la elección de Casado, sumado al momento político que viven Podemos y especialmente Ciudadanos, ha reavivado la sensación de que la política española vuelve a pivotar sobre un eje bipartidista entre el centro-derecha y el centro-izquierda.
Antes de que se produjese la llegada de Pedro Sánchez a la Moncloa, Ciudadanos lideraba las encuestas y ocupaba el centro del escenario político del momento a costa de PP y PSOE, a los que les estaba arrebatando parte de su base electoral. Albert Rivera gozaba por aquel entonces de un protagonismo absoluto, beneficiado por el desgaste del ejecutivo y por un auge del sentimiento identitario nacional auspiciado por la situación del conflicto político catalán.
Tres meses después, la batalla que vive el centro-derecha español, asiste a un relato donde el PP denuncia continuamente la debilidad del Gobierno socialista y la alianza de éste con una amalgama de partidos que buscaba desalojarlos de La Moncloa a toda costa. La polarización con el Gobierno que genera el PP liderando la oposición, eclipsa, al menos hasta el momento, el discurso de los de Rivera y el protagonismo del que gozaban, como ya se ha dicho, hace unos meses.
Esta polarización entre PP y PSOE que se apunta, ha sido reforzada desde el propio ejecutivo que encabeza Sánchez, tratando a Casado con cierto respeto y buscando recordar los viejos tiempos de los dos grandes partidos. Casado fue citado en Moncloa como el líder de la oposición para tratar temas de Estado y desde el PSOE el asunto del Máster del líder del PP se ha evitado con excesiva prudencia.
La pelea electoral entre el PP y Ciudadanos por el espacio de la derecha, puede dejar hueco en el centro político a un PSOE que en las semanas antes de volver al gobierno, contemplaba como los votantes que perdía eran en trasvase directo con la formación naranja. Temas como la inmigración, donde hemos asistido a endurecimientos del discurso de las dos formaciones, o las imágenes de Rivera e Inés Arrimadas quitando lazos amarillos de las calles de Cataluña, evidencian el escoramiento ideológico en el que actualmente están sumergidos los dos partidos políticos, que hasta hace poco eran socios parlamentarios en el Congreso de los Diputados, y que previsiblemente, si alguno de los dos quiere acercarse a ocupar la Moncloa, deberán volver a ponerse de acuerdo llegado el momento.
Mientras el eje izquierda-derecha goza de vitalidad, la vuelta del dominio de los dos grandes partidos hasta 2014 es más que cuestionable en un sistema donde ya cualquier mayoría pasa por la consecución de acuerdos entre partidos de tamaño representativo institucional similar.
Sin elecciones a la vista, al menos de momento, y a la espera de ver que ocurre con los presupuestos del Estado, Podemos, por su parte, con el arranque del curso político y según se vaya desgastando el Gobierno socialista en su gestión, puede tener ante si un escenario más favorable a medio y largo plazo de lo que muchos a día de hoy consideran posible. De momento, tienen una posición privilegiada al ser socio necesario para cualquier acuerdo legislativo que los socialistas pretendan alcanzar.
Lo que se había conocido en nuestro país como el «bipartidismo», no solo no ha vuelto, sino que además, estamos en un escenario donde PP y PSOE en realidad no compiten entre si, sino que lo hacen en sus respectivos espectros ideológicos con Ciudadanos y Podemos, en un sistema de partidos que aún está en fase de transformación, pero que ya es con toda seguridad multipartidista, y donde las lunas de miel que llevan a la hegemonía solo son un humo que se desvanece según nos acercamos al horizonte.
Artículo publicado en Debate21.es