Hoy ha comenzado el debate sobre la moción de censura presentada por Vox y defendida por los diputados Ignacio Garriga y Santiago Abascal. Presentada con el objetivo inicial de derrocar al gobierno de coalición formado por PSOE y Unidas Podemos, la moción de censura evidencia el propósito de desbordar al Partido Popular, mostrar sus contradicciones y que la formación ultraderechista aparezca ante el espacio electoral conservador como la «verdadera» oposición.
Vox está encontrando acomodo en un escenario de crisis del propio sistema democrático en el que la inercia institucional y la falta de reformas políticas nos han llevado hasta la actualidad. Esto que en muchas ocasiones deviene en bloqueos institucionales —véase la situación del CGPJ desde los últimos dos años— se suma a dos crisis económicas acompañadas de un evidente malestar político y un desafecto con las propias instituciones. En ese escenario, al que hay que añadir la crisis territorial y el conflicto catalán, así como un PP que ha vivido la pérdida del gobierno central y el cambio de liderazgo sin la recomposición en términos electorales que hubiese deseado.
La irrupción de Vox en el ciclo electoral de 2019 ha hecho surgir para el PP una amenaza electoral como nunca antes había conocido en los últimos treinta años. Entre otras cosas, porque nunca había tenido un competidor en su espectro derecho. La presencia de Vox en la vida política está contaminando la agenda mediática, pero sobre todo, está condicionando la actuación del PP, quien aparece atrapado en esta competición, participando en los últimos meses en el clima de crispación contra el ejecutivo de Sánchez. Una vez que Ciudadanos ha dejado de ser rival electoral, la amenaza del PP es la ultraderecha.
El riesgo de todo esto es grande, porque al final lo que puede ocurrir, como en parte ya ha pasado, es que el propio PP ayude a legitimar y consolidar a Vox y su discurso político al adoptar posiciones similares o pactando investiduras o futuros gobiernos. La pretensión de Vox es sustituir al PP —como ha pasado en Italia con Salvini respecto al partido de Berlusconi o, en parte, en Francia con Le Pen respecto a la derecha conservadora—.
La moción de censura va en esa línea de aparecer en el imaginario colectivo de los votantes de la derecha como el rival directo del gobierno progresista. Vox sabe que una de sus principales notas diferenciadoras respecto a los populares es mostrarse como una fuerza política de derechas «sin complejos» en su particular batalla cultural frente al progresismo y al nacionalismo periférico. Sumado al débil liderazgo de Casado, Vox ha encontrado en la moción de censura el escaparate perfecto para hacer llegar a su nicho de votantes todos sus mensajes.
Por lo tanto, no estamos ante una moción de censura que busque desgastar al gobierno, no al menos en primer término. Estamos ante una moción de censura contra el PP en la particular batalla de los dos partidos de la derecha por encabezar este espacio. De ahí el foco de los discursos de Garriga y Abascal y la tranquilidad del gobierno de Sánchez. El principal problema de todo esto, es la forma en la que Vox contribuye a debilitar el sistema democrático en un momento de repunte de la pandemia y con las consecuencias de la crisis económica aflorando. Todo ello en un contexto en el que los partidos tradicionales tienen serias dificultades para ofrecer respuestas a las incertidumbres de la población.
Artículo publicado en Debate21.es