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Lecciones desde Portugal para la izquierda española

El Partido Socialista de Portugal se ha impuesto en las elecciones legislativas celebradas el pasado domingo. El primer ministro António Costa logró la ansiada mayoría absoluta que le permitirá gobernar en solitario sin la necesidad de apoyos parlamentarios de otras formaciones políticas, como venía sucediendo en los últimos años, donde dependía del Bloco y la CDU —coalición liderada por el Partido Comunista—.

Precisamente, los dos socios parlamentarios han sufrido un severo castigo y se han hundido en las elecciones. El Bloco pierde catorce escaños, quedándose solamente en cinco y la CDU obtiene el peor resultado histórico de los comunistas en cuarenta y cinco años de democracia. Además, ambas formaciones se han visto superadas por la ultraderecha y los liberales.

El resultado electoral se presenta como una apuesta por la estabilidad gubernamental en un momento en el que las sociedades occidentales europeas siguen bajo las consecuencias de la pandemia sanitaria. Es también un toque de atención para los sondeos electorales que, con la excepción la encuesta a pie de urna, se alejaron estrepitosamente de la correlación de fuerzas que han configurado los portugueses. Dificultades para medir los cambios y atisbar correctamente las estimaciones de participación en un contexto cambiante y en el que las decisiones finales sobre el voto se están tomando a última hora por parte de los indecisos. A esto, se suma el interés mediático por construir ambientes electorales que no se corresponden con la realidad imperante, como está ocurriendo en España.

La cultura de la estabilidad por encima de las demandas materiales concretas que realizaron Bloco o el PCP. El primero estableció como requisito para aprobar los Presupuestos Generales mejorar el sistema de pensiones. El segundo hizo lo propio reclamando una subida del salario mínimo hasta los 850 euros en 2022 —el Gobierno de Costa subió a 705 euros esta cantidad durante la campaña—. Las cuentas públicas no se aprobaron y Costa se la jugó yendo a elecciones. Interesante lección a extraer desde España, un país que tiene como mito fundacional de su sistema político el consenso y el acuerdo.

Asistimos a una recuperación electoral de los partidos socialdemócratas europeos, en parte, motivada por el descenso de la derecha tradicional ante el auge de la ultraderecha —también en Portugal, donde a la caída del PSD se ha sumado el colapso del CDS—. Unos socialdemócratas que son vistos como elementos de una estabilidad conocida y que cuentan con la perspectiva, en el corto plazo, de capitanear la recuperación económica.

Conviene que desde España se tome nota de lo sucedido en Portugal, pero sin perder de vista que estamos ante contextos políticos diferentes. La vía portuguesa pasó por un Partido Socialista fuerte, que pese a su retroceso tras la derrota de 2011 en plena Gran Recesión, mantuvo una gran distancia respecto a los partidos ubicados a su izquierda. A la distancia entre socialistas e izquierda radical, se sumaba una historia plagada de desencuentros. En el caso de Unidas Podemos, la tensión competitiva respecto al PSOE fue siempre mayor que en Portugal, incluso cuando desapareció la idea de ambicionar el sorpasso. A esto se sumaba que, tras las elecciones de abril de 2019, el 70% de votantes de UP apoyaba su participación en el Gobierno frente al 6% que consideraba que el PSOE debía gobernar en solitario.

No es que la vía portuguesa fuese mejor o peor que la española, es que simplemente respondían a estímulos y factores diferentes. La negativa a apoyar los presupuestos de Costa y el relato que los socialistas construyeron en torno a esta cuestión se ha impuesto ante la demanda de estabilidad ya citada. La lección portuguesa no es una tentación para que Pedro Sánchez convoque elecciones anticipadas, sino una advertencia a las dos almas del Gobierno español respecto a que una de ellas pueda bloquear la continuidad del Ejecutivo progresista —en esta línea, habrá que prestar atención al peaje que puede pagar el PP en Castilla y León por un adelanto electoral basado en fines partidistas—.

Lo sucedido en Portugal, Italia con la reelección de Sergio Mattarella como presidente de la República —un caso más de apuesta por la estabilización— o el triunfo de Olaf Scholz en Alemania —ministro de Finanzas del Gobierno saliente y perteneciente al socio minoritario de la coalición— debería servir para que la izquierda española afianzase la trayectoria ya existente en la construcción del perfil presidenciable de Yolanda Díaz.  Es decir, insistir en un liderazgo cuyo mayor valor reside en una gestión ministerial conocida y no abierta a aventuras.


Artículo publicado en el diario Público.