La convocatoria electoral del 23 de julio cambió el ritmo y la estrategia que los resultados del 28 de mayo parecían haber marcado para los meses siguientes. El objetivo de Moncloa ha sido revertir la situación y llevar al país a una «segunda vuelta» en la que los votantes afronten la disyuntiva de elegir qué modelo quieren para los próximos cuatro años, el encarnado por el Partido Popular y Vox o el representado por el Gobierno progresista.
El triunfo del PP en las municipales y autonómicas invitaba a presagiar una ola triunfal que llevaría a Alberto Núñez Feijóo a la Presidencia del Gobierno. Los precedentes de revertir en las elecciones generales una derrota previa en los comicios municipales son prácticamente nulos, salvo la excepción de 2008. En aquella ocasión, José Luis Rodríguez Zapatero, entonces presidente del Gobierno, llegaba a las elecciones generales en un clima de polarización y crispación tras una legislatura en la que la derecha había tensionado la vida democrática con dos cuestiones de Estado como eran el debate territorial y la lucha antiterrorista.
El contexto actual es muy diferente, pero guarda algunas similitudes que pueden guiar a las fuerzas progresistas. Entre los parecidos razonables con 2008 se encuentra la configuración de un PP radicalizado en un escenario de polarización emocional. La baza de la izquierda no es apelar al miedo hacia la ultraderecha como movilizador del voto, sino la advertencia de un PP condicionado por estos. Es importante recalcar que son cuestiones diferentes, que tampoco operan para convertir o desalentar a votantes de la derecha que, en el mejor de los casos, ven en Vox un mal menor para echar a la izquierda. En cambio, esta segunda opción sí puede servir como desincentivo para quienes a día de hoy piensan en cambiar su opción electoral del PSOE al PP y que alcanzan entre el 7% y 9% de los votantes socialistas de 2019, según los últimos barómetros del CIS y 40dB.
Minimizar fugas hacia el PP y compensar estas con una gran movilización de amplios sectores progresistas. Un reto difícil para el PSOE, pero no imposible. Al igual que en 2008, unas elecciones competitivas pueden ayudar a esta movilización y mantener a Sánchez en la Moncloa. También, como entonces, la fortaleza electoral de la que vuelve a gozar el PSC, que acaba de obtener un excelente resultado, puede ser determinante. En cualquier caso, los últimos datos de las encuestas ya confirman una recuperación de los socialistas, pese a la desventaja que aún mantienen respecto a los populares.
Las semanas de precampaña están discurriendo también con un cambio de ritmo. La izquierda en general, y el PSOE en particular, ha aprovechado para articular una estrategia de ataque hacia un PP que actúa a la defensiva en la que busca conservar su ventaja. En este sentido, la agenda y el marco de la campaña están siendo favorables para los partidos progresistas. El debate sobre el debate, los pactos del PP con Vox y, especialmente, la violencia machista se han configurado como ejes de la conversación política. Son temas que incomodan al PP y que se están acrecentando. Por ejemplo, la situación en Extremadura, con veto expreso a Vox para entrar en el gobierno autonómico por parte de María Guardiola —aunque sea un movimiento estratégico—, pone ante el espejo a un PP que no ha tenido reparo en pactar con la ultraderecha en 140 ayuntamientos y cuyo acuerdo en la Comunidad Valenciana hizo saltar todas las alarmas. La rapidez del mismo en esta comunidad y los términos en los que se realizó, han contribuido a afianzar en el imaginario colectivo el ticket PP-Vox para alcanzar la Moncloa.
El 23 de julio la ciudadanía tendrá que responder a la siguiente pregunta: ¿Qué modelo de país quieres para el futuro más inmediato? El PP ya ha colocado su respuesta: «derogar el sanchismo». La izquierda acertadamente también ha definido de qué van estas elecciones. El PSOE ha adoptado el lema «La mejor España» mientras que Sumar ha hecho lo propio al escoger «La España que merecemos». La izquierda invita a decantarse por su proyecto de país en contraste a una derecha y una ultraderecha que pretenden revertir los avances de los últimos años. Es la cuestión central. Movilizar a tu electorado para que se elijan el futuro que quieren y que tú representas.
En este contexto, el PP insiste en la baza del desgaste de la figura de Sánchez y lo que representa en términos negativos para algunos sectores de la sociedad, como en su día hizo con Zapatero. Lo favorable aquí para la izquierda es que la agenda y los marcos de campaña citados pueden facilitar el objetivo de movilizar a los sectores progresistas del país. Será también necesario ofrecerles horizontes y expectativas, no solo la defensa de un modelo o la satisfacción de datos macroeconómicos que son positivos. Al igual que en 2008, la economía no es un elemento decisorio del voto en un momento en el que la batalla cultural lo ocupa todo. Es ahí donde la izquierda debe ganar la partida.
Artículo publicado en el diario Público.