Saltar al contenido

El año que cambiamos de generación política

Generación Política

Dentro de un tiempo echaremos la vista atrás y observaremos al 2014 como el año en el que los cambios se precipitaron, como el año que nos dejó un fin de etapa en la historia de España. En los últimos meses han tenido lugar tres acontecimientos que simbolizan a la perfección el final del régimen político del 78. El primero de ellos, más simbólico que trascendental, fue el fallecimiento del Presidente de la Transición, Adolfo Suárez. El segundo, el desplome del bipartidismo hasta mínimos históricos en las elecciones europeas del 25 de mayo, en el que los dos grandes partidos han sido incapaces de superar el 50%. Y el tercero, la abdicación de Juan Carlos I.

La crisis económico-financiera en España evidenció las deficiencias institucionales que adolecía el sistema político institucional respecto a la organización de los partidos políticos; al sistema electoral y la participación ciudadana; a la administración pública; y por último, a la vigilancia externa sobre los tres elementos anteriores. Es precisamente la salida a flote de estas cuatro deficiencias del sistema lo que se ha denominado como crisis institucional y política, y que hasta entonces había permanecido relativamente oculta gracias a los efectos de la burbuja inmobiliaria.

Para entonces, la política existente era una política y un régimen (entendiendo por este al sistema institucional) cansado, en el que ya se habían realizado muchas transformaciones sociales y consolidado el sistema democrático. Todo ello suponía que el espacio para una política más creativa estuviese reducido por completo.

Tony Judt afirma muy acertadamente en su obra Algo va mal, que  los políticos que nacieron con el baby boom han abandonado las ambiciones doctrinales de sus predecesores y carecen de principios, modelo de sociedad y de sentido de la responsabilidad moral, en definitiva, políticos light, que no transmiten convicción ni autoridad, que no creen en la responsabilidad moral y sólo se proponen hacer carrera dentro de sus partidos y en el gobierno. No le faltaba razón y añadía que: a lo largo de la historia “la disconformidad y la disidencia son sobre todo obra de los jóvenes y no es casual que los hombres y mujeres que iniciaron la Revolución Francesa, lo mismo que los reformadores y planificadores del New Deal y de la Europa de la posguerra, fueran bastante más jóvenes que los que los precedieron. Ante un problema, es más probable que los jóvenes lo afronten y exijan su solución, en vez de resignarse.»

Pues bien, esa parte de la clase política que creía que la crisis de las instituciones representativas, de los partidos políticos y del sistema territorial, dentro a su vez de una crisis económica sin precedentes, se podía arreglar con un simple “lavado de cara”, no solo se equivocaban, sino que además empiezan a verse superados por una nueva generación de dirigentes representada por políticos que no superan los 40, como Eduardo Madina en el PSOE, Alberto Garzón y Tania Sánchez en Izquierda Unida, Albert Rivera en Ciudadanos o Pablo Iglesias y el movimiento Podemos. La situación no es nueva, ya en la transición a la democracia quienes pidieron paso e impulsaron los principales cambios políticos fueron las nuevas generaciones de Adolfo Suárez, Felipe González y Alfonso Guerra, frente a los Fraga y Carrillo.

El conflicto ya no es solo entre izquierda y derecha, o entre los de arriba y los de abajo, lo es también generacional, o lo que es lo mismo, es un conflicto entre perspectivas distintas de ver la sociedad, de canalizar el sentir de los ciudadanos e interactuar con ellos. En definitiva, el conflicto lo es de una nueva forma de hacer política acorde a los tiempos en los que vivimos frente a quienes han sido incapaces de adaptarse a ellos.

Publicado en Asturias24.es