Ha pasado ya más de un mes desde que se celebrasen las elecciones europeas en nuestro país, un mes para que los analistas políticos hayan intentado discernir todo lo acontecido esa noche electoral de mayo que será recordada por desencadenar, junto a la abdicación del Rey (siendo quizás esta inentendible sin la anterior), la precipitación de los cambios políticos y generacionales conducentes a abrir una nueva época en la política española.
La primera evidencia que nos dejaron las urnas el 25 de mayo, no fue otra que la caída del sistema bipartidista. Un sistema de bipartidismo imperfecto que por primera vez en la historia de la democracia española no superaba el 50% de los votos. Todos contaban con un descenso hasta mínimos históricos, pero pocos fueron conscientes de hasta dónde podía llegar, entre otros motivos por las expectativas que se marcaban unos y otros, ya fuera por la comparación con el pasado, pese a obviar la cantidad de nuevos competidores surgidos por todos los frentes, o por las expectativas que también parecían reflejar las encuestas preelectorales, que pasaban por alto la volatilidad e indecisión actual respecto al voto.
La segunda evidencia, como ya sabíamos, es que en política todo espacio tiende a ser ocupado, ya sea ideológica o electoralmente. Así pues teníamos a los dos grandes partidos perdiendo apoyos y votantes con un goteo incesante, a una Izquierda Unida con un techo electoral entorno a los dos millones, en gran parte al ser identificada como la izquierda del s.XX, incapaz de captar el apoyo masivo de los movimientos sociales y ciudadanos (resultando esto imprescindible para explicar la dimisión de Willy Meyer más allá del asunto de la Sicav y la actual situación interna de la coalición y el ascenso de Garzón acompañado de una nueva generación de dirigentes), y por otro lado UPyD, quienes aun creciendo a costa del PP, y en menor medida del PSOE, encontraban grandes dificultades para aumentar sus apoyos en aquellos lugares con un nacionalismo periférico fuerte, a lo que hubo que sumarle la posterior competencia de Ciudadanos en las elecciones europeas.
Con este panorama se evidenciaba ya hace muchos meses, la existencia de un espacio electoral de ruptura, que identificaba a esa parte del electorado, que estaba en la abstención, y que podría optar por candidaturas alejadas de los partidos tradicionales que propugnasen la regeneración del sistema político existente. Esto ya había ocurrido en Portugal, donde las candidaturas de independientes habían logrado en las elecciones municipales hacerse con la victoria en Oporto y Sintra. También en Grecia, donde Syriza ha sabido captar este espacio y el dejado por el PASOK, convirtiéndose en la segunda fuerza del país (primera en las elecciones europeas), y también en Italia, donde el Movimiento Cinco Estrellas, se convirtió en el partido más votado (si exceptuamos las coaliciones electorales) en las últimas elecciones generales. Pues bien, este espacio electoral en España ya sabemos quién lo captó mayoritariamente, y sin lugar a dudas ha sido Podemos, y lo han conseguido presentando un storytelling sencillo y fácil de creer porque ya estaba en el pensamiento colectivo, una lucha entre buenos y malos, donde el bipartidismo era el principal culpable de la crisis, todo ello acompañado de que las emociones jugasen un papel principal en la campaña.
La existencia de este espacio electoral, que se situaba en la abstención, explica también en gran parte porque una hipotética baja participación (inferior a 2009), hubiese beneficiado a los dos grandes partidos, cuyos antiguos electores estaba ya claro que no iban a repetir su voto, siendo entonces preferible la desmovilización de estos.
La tercera evidencia es que la campaña electoral, pese a lo que se decía, sí que ha importado. Normalmente las campañas electorales solo afectan a un 5-10% de los votos, mientras que en esta ocasión solo un 60% de los votantes tenían su voto decido antes de que comenzase la campaña, mientras que un 15% lo decidió en la misma jornada electoral.
Por lo tanto, la campaña electoral ha importado y mucho. En parte porque las expectativas de muchos no se cumplieron, ya fuera a través de mantener lo cosechado hace 5 años o de conseguir una mayor subida. Y también porque muchos decidieron su voto durante ella, o incluso en la jornada electoral, y sobre todo, porque Podemos activó y supo captar el voto indignado a través de su mensaje, a la vez que convertía a antiguos votantes del PSOE e IU (un 33% y un 17% de los votantes de Podemos, provenían respectivamente de estos dos partidos según los sondeos postelectorales).
En 2015 se celebrarán elecciones generales, además de las autonómicas y municipales de mayo, y todo hace apuntar a que el Congreso de los Diputados que salga de esas elecciones sea ingobernable con aritméticas imposibles. Esa es la perspectiva que se puede tener a día de hoy, pero en los tiempos en los que vivimos todo cambia a una velocidad vertiginosa. Queda por ver cuánto es capaz de crecer Podemos, ya sea a costa de IU o en coalición con esta, y también cuantos votantes pueda absorber del PSOE, que por otra parte este necesita transformarse profundamente y sobre todo parecer creíble para seguir siendo el principal partido de la izquierda, siendo la elección del próximo Secretario General del partido determinante para ello. Por su parte el PP, sin renovación generacional a la vista (es lo que tiene ejercer el poder, dicen ellos mismos), jugará todas sus cartas a una recuperación económica que aún está por llegar, mientras desde sus medios de comunicación afines demonizan ya a las fuerzas emergentes con el objetivo de movilizar a los propios votantes populares, sin parecer recordar cómo acabó aquella campaña mediática de acoso y derribo de Aznar contra la ERC de Carod.
Publicado en Asturias24.es