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Una campaña clave para unas generales de resultado incierto

España camina hacia unas elecciones generales cruciales para el devenir más inmediato de nuestra sociedad. La situación política es completamente nueva para nuestra democracia. Los partidos, conscientes del reparto de cartas ante el que estamos, apuran sus opciones. El bipartidismo imperfecto de antaño se ha acabado convirtiendo, al menos de momento, en un pentapartidismo.

El PSOE de Pedro Sánchez está ante la posibilidad de continuar en La Moncloa. Las perspectivas electorales son inmejorables para un partido que hace año y medio estaba a borde del abismo y que, a día de hoy, ocupa la centralidad del escenario político español. Todos los datos disponibles indican que el PSOE ganará las elecciones, después de haber sido capaz de recuperar la transversalidad de su electorado, en una campaña que se juega alrededor de la idea de España. La clave para los socialistas es la moderación reformista frente a la polarización, o lo que es lo mismo, volver a ser el partido que más se parece a España en sus anhelos de progreso. De esta forma, el PSOE acaricia la victoria ante la incertidumbre de si será capaz de articular una mayoría parlamentaria suficiente que le permita afrontar la investidura y gobernar durante los próximos cuatro años.

El Partido Popular afronta la precampaña electoral con el objetivo de amortiguar el golpe, ser primera fuerza del bloque de la derecha y esperar que el pacto andaluz sea reeditable en el Congreso de los Diputados. El PP, dirigido ahora por Pablo Casado, asiste a una pugna con Ciudadanos y con Vox, sin olvidarnos de la batalla interna que se ha saldado con numerosas víctimas desplazadas de las listas electorales. Ya no hay ni rastro de marianistas. Todo esto mientras la derecha se ha fragmentado en tres, después de haber estado agrupada bajo las siglas del propio PP en las últimas tres décadas. En esta batalla entre nacionalistas liberales, conservadores y el neofranquismo posmodernista, ha quedado relegada la vocación de consenso, la construcción de alternativas y la efectividad económica de antaño apelada constantemente por la derecha. Todo ello ha dejado paso a una reivindicación sentimental e identitaria que solo alude sobre la necesidad de defender España de sus enemigos más acérrimos.

Vox no solo ha irrumpido para impugnar la España constitucional y autonómica, el feminismo o el progresismo, también lo ha hecho para impugnar a la propia derecha conservadora que vertebraba el sistema político del 78. Sus temas marcan la agenda y condicionan el paso de PP y Ciudadanos. Los marcos de referencia en los que se mueve la campaña electoral en el bloque de la derecha son suyos, incluidos los más diversos disparates, como el debate generado acerca del derecho a portar armas. Es una de las cuestiones que ya no tienen marcha atrás, tras meses de fomento y construcción a la que han contribuido todos. El primero en convertir a Vox en un rival a su misma altura fue el propio Casado al inicio de la campaña de las primarias del PP, cuando siendo aún aspirante, fijase a Vox como adversario, cuando por aquel entonces la pérdida de votos del PP hacia la formación ultraderechista era insignificante. Su resultado será un éxito y volverá a convertirse en protagonista de otra noche electoral. Lo que vendrá después, será una contaminación continua de nuestras instituciones.

Por su parte, Ciudadanos se muestra entregado al objetivo de maximizar el mayor número de votos posibles que le permita ser la primera fuerza del bloque de la derecha. Desde la moción de censura, que les dejó en cierto fuera de juego cuando encabezaban los sondeos electorales, su comportamiento ha venido condicionado por este objetivo. Esto, entre otros factores, explica el porqué del pacto andaluz en el que es partícipe Vox, o el motivo de la foto de Albert Rivera junto a Santiago Abascal en la plaza de Colón. Esta entrega absoluta a maximizar los votos en el espectro ideológico de la derecha, le está haciendo perder espacio por el centro (en el flujo de votos, ya tiene saldo negativo respecto al PSOE), pero sobretodo, le está haciendo perder sus señas de identidad centristas y liberales. Ciudadanos es víctima de sus objetivos y de un debate en el que participa polarizando la contienda electoral alrededor de la cuestión identitaria. Sus perspectivas electorales son malas, ante unas encuestas que muestran un continuo descenso.

Por último, Podemos afronta la campaña ante la división de las «almas», la huida hacia delante de Errejón y la desconexión de las mareas del núcleo central de Podemos. Pablo Iglesias, que reapareció este sábado pasado, es consciente de lo mucho que se juega. Retomó el tono duro y áspero de antaño, conectó con su público y mostró los pilares de lo que será su campaña: crudeza y realismo. Lejos quedan las aspiraciones de asaltar los cielos, lo esencial ahora es ser un actor fundamental en el ciclo electoral que comienza. Para ello necesita ser determinante en la configuración de mayorías parlamentarias tras el 28 de abril. En Podemos son conscientes que, precisamente eso, pasa por movilizar a sus electores y evitar que opten por la abstención.


Artículo publicado en Debate21.es