El Partido Popular afronta un año electoral complejo en el que debe gestionar la carencia de ocupar el Gobierno, en un contexto económico y social mucho más positivo de lo que sus narraciones discursivas habían construido, y la batalla cultural a la que se ve arrastrado por Vox de forma recurrente. Cabe destacar que esto último se sigue repitiendo pese a que la intensidad de la competencia electoral entre ambas formaciones ha disminuido en los últimos meses, especialmente, desde que la ultraderecha fracasase de forma estrepitosa en las elecciones andaluzas.
Acontecimientos recientes, como la manifestación en la Plaza de Cibeles contra el Ejecutivo de Pedro Sánchez o la propuesta relativa al aborto en Castilla y León, ponen de manifiesto que el PP continúa condicionado por un ambiente político que limita su intento de llevar a cabo una estrategia moderada. Este contexto, alimentado desde 2018 por los propios populares con acusaciones como Gobierno ilegítimo o presidente golpista —que también ha contribuido en radicalizar a la militancia del PP—, impide ahora que el PP sea capaz de acentuar el giro al centro en un momento en el que Ciudadanos camina hacia la desaparición.
Es aquí donde reside la principal dificultad del PP ante el ciclo electoral en el que nos encontramos. Esta pasa por intentar conjugar la dureza discursiva mostrada durante la actual legislatura y una necesidad de atraer a antiguos votantes socialistas que acabe siendo decisiva en el resultado electoral y en la posterior configuración de mayorías parlamentarias. Encuestas recientes elaboradas por el CIS o 40dB sitúan este trasvase de voto en el 7% de antiguo electorado del PSOE que mañana votaría a los populares si se celebrasen elecciones. Este dato, teniendo en cuenta que los socialistas no atraen a votantes del PP y sumado a la desmovilización del electorado de izquierdas, podría acabar siendo determinante en las próximas elecciones.
Para que esto último acabe sucediendo, el PP necesita centrar su discurso en ser alternativa a la gestión de Sánchez y olvidarse de pugnar con Vox, el cual se encuentra en pleno estancamiento electoral. Si uno de los principales problemas del liderazgo de Pablo Casado al frente del Partido Popular fueron los continuados vaivenes estratégicos, la dirección que encabeza Feijóo sigue cayendo en la tentación de debates reaccionarios impulsados por Vox o posicionamientos alentados por sectores ultras que le alejan de pactos sobre órganos constitucionales. Ambos ejemplos contrastan con intentos tímidos que pretenden configurar una imagen moderada, como la recuperación de Borja Sémper como cara visible del partido.
Al problema estratégico del PP se suma que la figura de su líder se desinfla con el paso de los meses. Si en abril de 2022, fecha en la que Feijóo fue elegido presidente del PP, este encabezaba las valoraciones de los principales políticos situándose en un 5,2, menos de un año después, la valoración que obtiene el dirigente conservador ha descendido hasta el 4,3, por detrás de Yolanda Díaz y Sánchez, según el CIS. Además, el dirigente popular cuenta con una tasa de desconfianza que supera el 70% entre el conjunto de los votantes. Esto se suma a que aún siguen siendo muchos más los que prefieren a Sánchez como presidente del Gobierno antes que a Feijóo —22,3% frente a 16,4%—.
Por último, el Partido Popular de Feijóo se jugará sus opciones en las elecciones autonómicas y municipales de mayo en las que espera conseguir un resultado electoral que le permita aumentar su poder territorial. Que esto suceda será fundamental para el devenir del propio partido y de su líder, pues se presenta como requisito necesario para que los populares puedan articular una narración de cambio de ciclo político de cara a las elecciones generales que tendrán lugar a finales de 2023. En el PP son conscientes de que este es un impulso necesario para poder alcanzar la Moncloa ante unas encuestas que serán aún más ajustadas en el momento en que la campaña electoral ayude a movilizar al electorado de izquierdas. En cualquier caso, lo que es seguro es que el PP deberá seguir lidiando con unas contradicciones que pueden acabar colapsando las aspiraciones políticas de Feijóo.