El Partido Socialista de Pedro Sánchez se quedó en la jornada electoral con 90 diputados (20 menos que en 2011) y el 22% de los votos (poco más de 5.500.000 sufragios). Durante la campaña se volvió a evidenciar que el PSOE tiene un problema, que no es solamente de comunicación, sino de lo que se comunica. Pese a realizar numerosas propuestas, a Pedro Sánchez le ha faltado emocionar, en un escenario donde de los cuatro principales partidos el PSOE es el que más complicado lo tiene, al tener que competir con el PP como partido de gobierno, con Podemos por la izquierda y con Ciudadanos por el centro.
Con este contexto político y el arco parlamentario que se ha formado, el Partido Socialista a priori sólo tendría tres salidas posibles. La primera de ellas, pasaría por abstenerse junto a Ciudadanos y facilitar así la investidura de Mariano Rajoy, la cual sino sería inviable. Esta opción, ya no es que sólo parezca imposible por las posiciones que ya se han tomado desde el PSOE, sino que además sería directamente un suicidio político en las circunstancias en las que estamos, pues el alineamiento de PP-PSOE-Ciudadanos conllevaría dejar a Pablo Iglesias de facto como líder de la oposición. Imaginarse a un Iglesias, lo que dure la legislatura, día tras días repitiendo desde la tribuna del hemiciclo que el Partido Popular de la Gürtel y los recortes gobierna gracias al Partido Socialista, no resulta precisamente difícil.
El segundo camino que puede tomar el PSOE es intentar liderar un pacto “a la portuguesa”, es decir, conseguir que las fuerzas progresistas y de izquierdas del Congreso le apoyasen en la investidura. Para que fuera viable, el PSOE necesitaría los votos de Podemos, Izquierda Unida y tres diputados más y que sólo PP y Ciudadanos votasen en contra. Esta solución, que en principio sería beneficiosa para los socialistas, porque permitiría al PSOE encabezar un pacto de izquierdas donde marcase el rumbo, llevase la iniciativa y le permitiese además reconectar con amplios sectores de la sociedad, parece a día de hoy inviable. Lo parece porque la forma en la que Pablo Iglesias está jugando con el PSOE a la vez que marca la agenda política, lleva más a desgastar a los socialistas y llevarlos a disputas internas, que lograr cualquier tipo de pacto, valga como ejemplo la propuesta de un Presidente independiente, que el único objetivo que tenía era evidenciar que no consideran apto para el puesto a Pedro Sánchez. Respecto a las las líneas rojas que ya ha trazado Podemos y siendo conocedores de ello, estas son inasumibles por los socialistas, como el referéndum de Cataluña. Si este fuera aceptado por Pedro Sánchez, el PSOE implosionaría, porque es una cuestión inasumible para numerosas federaciones socialistas y sus barones. Así pues, la opción del pacto de izquierdas queda descartada como salida viable, al igual que un posible pacto con Podemos y Ciudadanos.
La tercera y última vía para el PSOE es impedir la investidura de Rajoy y no pactar con Podemos, lo que nos llevaría automáticamente a una nueva cita electoral. A día de hoy no es que sea la mejor opción para los socialistas, pero sí la opción menos mala, en un escenario en el que todos los caminos parecen llevar al PSOE a verse superado por Podemos. Además, como presumiblemente se intuye, determinados barones encabezados por Susana Díaz forzarán el lunes en el Comité Federal la convocatoria para febrero del Congreso del partido, donde se deberá elegir Secretario General y una nueva dirección. De esta forma, los socialistas podrían afrontar unas elecciones anticipadas habiéndose renovado y con un nuevo candidato en las que nada estaría escrito para ellos. En esta opción resultará esencial el relato que el PSOE construya sobre la falta de acuerdo en la izquierda y además deberá afrontar en poco tiempo los problemas que tiene para llegar a un electorado que no sólo sea a grandes rasgos: jubilado, poco formado, rural y obrero.
En definitiva, el PSOE debe ser capaz de romper el camino en el que se encuentra inmerso y que de no ponerle remedio le llevará a dejar de ser la primera fuerza de la izquierda y quedarse reducido a un apoyo electoral semejante al del Partido Comunista en la transición, con la excepción de Andalucía.
Artículo publicado en El Confidencial y Debate21.