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Auge y retroceso del denominado espacio del cambio

Octubre de 2012, el incombustible Xosé Manuel Beiras, quien había abandonado el Bloque Nacionalista Galego (BNG)  para fundar Anova (A Nova Irmandade Nacionalista), acabaría integrándose, junto a la marca gallega de Izquierda Unida y Equo, en la coalición Alternativa Galega de Esquerda (AGE). La entonces nueva coalición buscaba constituir un frente amplio que desbordase al PSOE y a sus antiguos socios del BNG. Aquella candidatura electoral contó con un asesor de excepción llamado Pablo Iglesias, al que la dirección federal de Izquierda Unida había enviado a tierras gallegas para trabajar activamente en la campaña. La historia, de sobra conocida a estas alturas, acabó el 21 de octubre con AGE como tercera fuerza política del parlamento gallego con el 14% de los votos y nueve escaños. Esa cita electoral gallega fue la antesala de todos los cambios que el sistema de partidos español sufriría en los años siguientes. En la misma, el PSOE flaqueaba en las ciudades y entre el electorado joven, a la vez que se atisbaba un espacio de ruptura democrática aún por ocupar tras la Gran Recesión de 2008 y el surgimiento del movimiento 15M.

Conviene remontarse a aquellas elecciones, porque al igual que Galicia fue entonces precursora de los acontecimientos políticos, es otra vez el mismo territorio y en el mismo tipo de elecciones —autonómicas— en las que se vuelve a mostrar la tendencia. La coalición Galicia en Común (GeC), heredera de las sucesivas (denominadas) candidaturas del cambio se ha quedado fuera del parlamento autonómico. Diversos factores han influido en el resultado, desde los conflictos internos con sucesivas escisiones, hasta una campaña electoral personalista en el que el candidato era desconocido para el 50% del electorado. Pero lo verdaderamente relevante de este resultado, al igual que el obtenido por Unidas Podemos en el País Vasco, es que confirma y acentúa el retroceso continuado en el que llevan inmersos en los últimos años. No obstante, estos dos resultados se suman a todos los fracasos de las alcaldías que no se revalidaron por ninguna de estas candidaturas, con la excepción de Barcelona y Cádiz, y el descenso electoral vivido en las autonómicas y generales de 2019.

Es relevante que este retroceso del espacio político de Podemos y sus confluencias no está yendo aparejado a un crecimiento y recuperación del PSOE, al que parece seguir lastrando los ciclos electorales que tuvieron lugar entre el año 2008 y 2015. Quienes se están aprovechando de ello son partidos y movimientos de ámbito no estatal que están recogiendo el descontento y desafección que en su día canalizó Podemos. No es solo una cuestión de identidades y nacionalismos, a lo que buena parte de la prensa madrileña ha reducido la explicación del crecimiento del BNG y EH-Bildu , sino que también son las propuestas sociales y materiales, así como el descontento con el sistema. Es decir, este espacio político en estos territorios está siendo ocupado por estas formaciones

¿Construir pueblo o ser la izquierda?

En la atomización que están sufriendo estas formaciones post 15M —recordemos que en estas dos elecciones los minoritarios Marea Galeguista y Equo se presentaron por separado, respectivamente, en Galicia y País Vasco— vuelve a la palestra, una vez más, la discusión acerca de las causas y las estrategias a seguir. Si la discrepancia estratégica entre «pablistas» y «errejonistas» —batalla que en última instancia era por el poder— pasaba por mantener la línea populista impugnadora del sistema político del 78, con un eje abajo-arriba o en cambio construir una alternativa esencialmente de izquierdas que disputase la partida política en la tradicional dialéctica, conviene adelantar que ambas opciones eran y son presas de los factores orgánicos y electorales que han condicionado su devenir durante todo este tiempo.

La estrategia del primer Podemos era sin dudas más ambiciosa, pero mantenerla con éxito suponía llevar hasta las últimas consecuencias esa impugnación constituyente de lo que en su día denominaron «casta» y «régimen». Es decir, pasaba por mantener la negativa a pactar con ningún actor tradicional como hizo el M5S en Italia hasta que logró la victoria. En el caso de Podemos, no haber pactado con los socialistas en 2015 no respondía tanto a esta tesitura como al intento de fiarlo todo al objetivo de ampliar votos y obtener el ansiado sorpasso al PSOE que nunca llegó. Además, si la estrategia populista del Podemos inicial funcionaba se debía en parte a que contaba con el liderazgo carismático de Iglesias. Una vez disociados ambos, ni la línea política ni el liderazgo han estado al mismo nivel de éxito.

La opción de replegarse en el margen izquierdo ha sido una respuesta ante el entorno competitivo —de la misma forma que Más Páís intenta en ocasiones buscar el espacio ecologista—, un intento de afianzar posiciones desde las que volver a crecer, aunque esto no se haya llegado a producir. Unidas Podemos no es una suerte de nueva Izquierda Unida, basta ver su entrada en el gobierno o los niveles de apoyo que aún tiene en las elecciones generales o en diferentes territorios autonómicos, el problema es que la tendencia hace que se le parezca cada vez más y lejos queda ya la idea de lograr triunfos electorales y ser alternativa de gobierno.


Artículo publicado en Debate21.es